23/7/09

No me hagas un favor

Ayer soñé que tenía sexo. Y había más. En realidad había menos. No llegué a tener sexo. Quería, sí quería, pero me asusté de mí. Yo. Cómo fiarme de mí, de mis intenciones, de mi libertad, de la esclavitud de mi voluntad. La mujer, a la que entendía en su complejidad de mujer y conocía en su dignidad de ser humano, era en el sueño la mujer que me amaba. Y yo a ella. Pero no estaba bien. El olor a quemado hizo que abrochara mi camisa nuevamente y saliera en calzoncillos a la cocina. Estaba todo tan premeditado. Todos sabían dónde estaba ella, menos yo. Un mango sobre una de las hornillas de la cocina me alarmó y apagué la hornilla. Luego olió a gas. Apagué el resto de hornillas. El mango babeaba secreciones calientes. Me dirigí nuevamente a la habitación. Ahí, con sueño, agotado de mi indesición y de mi cuerpo, decidí envolver mi piel desnuda en las frías sábanas que prometían un calor de madre. Me acurruqué y me desperté. Fui a orinar. Manché la taza y seguramente la pared fue la que salpicó todo en mi pierna. Me senté a desayunar con mis padres y nadie dijo nada. El teléfono sonó. Contesté luego de que sonara dos veces. Antes no es seguro y después ya es hacer perder el tiempo a otros. Es para ti dije, estirando el brazo con el teléfono en la mano. Desnudo en la sala, con la pierna mojada de orina, las legañas amontonadas en los ojos y la baba hasta las mejillas. Solo tenía las medias puestas. La mujer que me amaba dijo que volviera a la cama, que seguramente están quemando basura. Colgué el teléfono. Volví a mi cuarto y me derrumbé sobre la cama. La mujer que me amaba ya estaba satisfecha cuando abrí la puerta de la habitación. Era un amigo suyo quien la acompañaba. Y yo estaba en calzoncillos. Y me puse a llorar. La mujer que me amaba me sonrió dulcemente y yo le agradecí.

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